Seguramente, si hubiese nacido en Madrid, Chitán, por su carácter, habría sido el revolera de cualquier casa de familia media; en el cole, hubiese sido el rebelde de la clase; de haber practicado algún deporte, habría sido el líder del equipo... pero Chitán no nació en Madrid, tampoco en Sydney, Estocolmo o Buenos Aires.
Chitán, por lo poco que sabemos de él, nació en un pueblo del Rajasthan, un estado del noroeste de India, país que lleva años creciendo a ritmos superiores al 6% pero que se ve incapaz de sacar de la pobreza a tantos millones de personas. Chitán es un pillo, un rebelde, un chavalín muy espabilado, no habla inglés ni nosotros hindi así que nos comunicamos por gestos o con la ayuda de los comerciantes del mercadillo de la esquina.
Chitán ha aparecido ya en blogs de otros becarios que pasaron por Delhi. Él y su familia viven en el puente de enfrente de nuestra oficina. Día tras día corretea sorteando coches, rickshaws y camiones intentando vender flores u otros artilugios a los que se paran en el semáforo. Como él, cientos de familias viven en distintos cruces de Delhi, son "sus" cruces, sus casas. Pero esta familia tiene la suerte de tener a unos blanquitos enfrente. Es imposible dar o ayudar a todos los que piden en la ciudad, así que nosotros intentamos aliviar un rato a los chavales que tenemos a mano.
Cada mañana, cuando Iria y yo salimos a por un refresco, Chitán, ojo avizor, sortea los coches cual atleta keniata de 3000 obstáculos. Sudoroso en verano, tiritando en invierno, nos pide "pepsi, pepsi". Bueno, eso al principio, ahora, gracias a nuestra insistencia en que tome algo más "sano", ya pide "mango juice", todo un logro por nuestra parte.
Cuando nos sobra comida, también se la llevamos. Incluso aprovecha esa ocasión para volver a pedir otra bebida, él sabe que otra no va a caer, pero lo intenta. Igual que si salimos dos y uno le compra algo, se va hacia el otro escondiendo lo que ya tiene para pedir más, lo dicho, un pillo de mucho cuidado. Otras veces recurre al chantaje emocional cuando intenta decir mi nombre "alvaruuu" ...
A Chitán se le ha ido uniendo con el tiempo el resto de la familia, les veis abajo: empezando por la izquierda, Chitán, la pequeña y preciosa Laxmi, Kalu, Gorum y el mayor de todos que no siempre está y no sabemos cómo se llama.
Hay veces que vienen jugando con su laknu (peonza), otras veces traen palos y en determinadas ocasiones tienen otros objetos que también venden, como las banderitas indias el día de la fiesta nacional. Cuando enfilamos hacia la oficina, nos despiden con una sonrisa de oreja a oreja diciendo adiós con la mano.
Verles cada mañana me provoca un sinfín de preguntas que me encantaría hacerles, también me vienen a la cabeza cuáles serían sus reacciones si entraran alguna vez en un lugar tan cotidiano para nosotros como un cine o un centro comercial. Detrás de esa familia tiene que haber una historia trágica, una más de las tantas que se dan y de tantas otras que no salen a la luz. Madres que venden a sus bebés por menos de 100 pesetas, robos de niños a familias que viven en la calle en plena noche (prostitución, órganos) cabezas de familia que se suicidan en los pueblos porque un mal monzón les impide devolver un préstamo al banco, violaciones en el seno de la familia, mujeres viudas marginadas y apartadas de la sociedad... Dramas que también son el pan de cada día en este país. El de Chitán y su familia, a pesar de sus sonrisas, también forma parte de mi realidad aquí en India.